Percibí la aparente infinidad del universo que me rodeaba desde mi exiguo banco.
Solía sentarme en él a diario, a veces sola, otras tantas desolada.
Nunca había compartido mi universo desde aquel escaño.
Mis ojos no eran los mismos de ayer,
la historia que atravesó mis pupilas los había cambiado.
Ahora todo era sepia desde mi banco.
Luces en el cielo vaticinaban el diluvio advertido.
- ¡¿Lluvias en abril?! - habría exclamado, pero ya no importaba.
El día era sepia y no podría cambiarlo.
La lluvia era sepia y el mes de abril, sobrevalorado.
El conocido olor a tierra húmeda y pasto atestó mi olfato.
Sabía que podían desvanecerse los destellos y el cielo encapotado,
pero ese olor a infancia y libertad,
a manos pantanosas y zapatos enlodados.
Ese olor a trabajo y cosecha,
a galerna y tremedal.
Ese olor a verde y pardo no eran de errar,
era la lluvia avasallante,
pronto lloverá.
La primera gota de lluvia rompió con el dorso de mi mano,
el helado contacto de su calidez innata,
la basta superficie rasa,
extiende sus hilos, avanza y se separa,
escapa de mi mano, deja su huella helada.
Es sólo la lluvia sepia,
es sólo olor a tierra mojada.
Recuerdos de lluvias pasadas
se rellenan de líquida tristeza,
desbordándose pronto,
haciendo caminos en el extenuado suelo,
perdiéndose entre baches del olvido,
recorriendo sumideros de nostalgia,
llegando hasta mis desgastados zapatos,
impregnándome de lluvia sepia.
Era sólo tristeza sepia,
eran sólo charcos de agua.
Cada gota narraba su historia,
algunas con tono fuerte, otras con susurros a distancia.
Sollozaban vivencias,
caían por desteñidas paredes,
resbalaban por silentes ventanas,
golpeaban flores silvestres,
a dos voces cantaban.
Era sólo la lluvia sepia
lidiando con mi solapa.
Gotas heladas se infiltraban.
Recorrían mi ropa,
reconfortan mis hombros.
Resbalan y siguen,
atraviesan distancias.
Quiero inundarme en lluvia sepia,
que limpie los escombros de mi sustancia la borrasca.
Sensación a lluvia sepia,
incipiente alma mojada.
Todos corren a refugiarse
sin notarme trepidante.
Abrazan sus cuerpos,
tienen miedo de la lluvia sepia,
tienen miedo de esas gotas de agua.
No quieren que traspasen sus grietas
formando goteras en su fracturada alma.
Todos corren dejando estelas,
todos se ocultan,
todos se protegen de la lluvia taciturna.
Distintos broqueles empuñan,
buscan refugio para sus almas.
Tienen miedo de quedar desprotegidos,
quedar desnudos,
tienen miedo de limpiar sus almas.
Lluvia sepia,
arrullo de mi alma.
Chispeantes gotas de tristeza,
infinita tristeza del alma.
Sólido banco de cemento,
testigo de mi añoranza.
Días tristes, días sepia.
Lluvia sepia,
todos te pintan del color de su desgracia.